domingo, 1 de marzo de 2009

Leer es saber ver

Dom, 01/03/2009 - 00:05
Por Luis Jaime Cisneros
El tema de la lectura viene agitando el ambiente. Lo encaran con seriedad las instituciones pedagógicas y la prensa, y no deja de asignarle importancia la autoridad. Sin embargo, un hilo de preocupación me recorre cuando oigo hablar de ‘buenos propósitos’ que parecen muy alejados de todo planteamiento correcto. Se ha incrementado la campaña por la lectura iniciada hace unos años. Estupendo. Que todos los estudiantes deberán leer un número determinado de libros. ¡Cuidado con el tono obligatorio! La lectura es una opción inteligente que el muchacho debe aprender a asumir. No es una obligación que se deba cumplir por imperio de la ley. ¡Cuidado! Todo nos puede salir al contrario de lo proyectado.
Hay que leer para salvarse de la ignorancia. Una cosa es asistir a la clase de matemáticas y otra aprender esa disciplina. Hay que asistir a las clases de Historia y estudiar en los libros de historia. Nadie tiene que ‘estudiar’ una lectura. Los niños deben aprender a descubrir el gusto por la lectura, y de los maestros debemos esperar que aciertan a despertar en los alumnos el sabor de la buena lectura. Cuando me invitan a leer los Paisajes Peruanos de Riva Agüero no me obligan a leer un texto de historia sino me proponen gozar de la prosa de Riva Agüero.
Con imposición no hay lectura provechosa ni aprovechable. Mejor dicho: no hay lectura. Crear ambiente y predisponer al alumno para la lectura no consiste en imponerle textos, sino en despertar en él la inquietud suficiente para ir en busca del libro. La escuela tiene que ayudarlo a elegir. Es imprescindible haber generado en el estudiante la ‘necesidad de leer’. No cabe imponerla, porque nuestro deber no es instruirlo sobre la lectura sino educarlo en el ejercicio de ella. A Carlos puede inquietarlo (y hasta conmoverlo) un libro de cuentos; a Raquel, uno de adivinanzas; a Margarita uno sobre flora y a la mayoría un libro de cantos populares. Lo que fuere. Descubrir que el libro calma la sed particular, sentir que la lectura satisface una inquietud personal, aclara el horizonte y abre camino al porvenir. Esos son los signos positivos.
Este tema de la lectura merece honda reflexión, a la que deben verse convocados no solamente los maestros sino los padres de familia. No se trata de exaltar lo que cada uno debe esperar de la lectura, sino de tener en cuenta lo que la lectura espera de nosotros. Si no nos acercamos a ella con ánimo de comprender, no cabe esperar que la lectura ofrezca beneficio alguno. Si no descubro un lazo que me vincule con el texto, no puedo afirmar que hubo lectura. Si no comprendo, no aprovecho lo leído. Leer supone recoger la esencia de lo que está ahí escrito. No tiene nada que ver con la grafía, sino con el espíritu que animaba al que escribió lo que estamos leyendo. Para alcanzar esta ventaja hay que habituarse a la lectura silenciosa. No es nada fácil. Porque para lograrlo hay que haber aprendido a leer en alta voz, ejercicio indispensable para asegurar la comprensión.
Debemos tener en cuenta esta afirmación: no hay que ‘enseñar’ a leer. No lo conseguiríamos nunca. Hay que aprender a invitar a leer. A leer se aprende leyendo: leyendo con entusiasmo, leyendo con interés, leyendo con pasión, ingredientes todos ellos del provecho. La lectura bien aprovechada influye en el aprendizaje y se convierte en un indispensable instrumento pedagógico. Cuanto más se ha progresado en conocer el funcionamiento cognitivo, se ha hecho más clara la responsabilidad de la lectura.
Lograr que el alumno comprenda es una urgente y difícil tarea del profesor, que debe estar bien entrenado en el oficio. No se trata de que el alumno tenga buena vista y mejores anteojos. Se trata de entrenar el cerebro en la interpretación de los textos para asegurar la comprensión de cuanto va leyendo. Leer es saber ver. Para lograrlo hay que aprender a observar bien el continente y profundizar mentalmente para descifrar el contenido. No leemos letras sino grandes unidades semánticas. Desciframos lo que significan las palabras y lo que significan las relaciones gramaticales creadas por ellas. Si acertamos, hemos comprendido el texto. Y una última advertencia. Leer no solamente es comprender. Es también juzgar. Y algo más: no hay lectura completa si no hemos aprendido a apreciar el campo estético. Nada de eso se aprende en la escuela. Lo enseñan las lecturas, gracias a este ejercicio constante de comprender y juzgar.

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