sábado, 1 de diciembre de 2007

Alan II en la Cade

El Perú no paraba de crecer. Le crecían las reservas internacionales, le crecía el Bruto Interno (el producto), crecían sus exportaciones, crecían distintos superávits y hasta el nuevo sol remedaba a la vieja libra guanera y salitrera y no paraba de crecer.Y lo que no crecía, en el peor de los casos se mantenía. Tal, por ejemplo, la cifra de los pobres: 28 por ciento en la costa, 63 por ciento en la sierra.Claro que algunos se preguntaban por qué el crecimiento de setenta meses consecutivos –casi setenta meses siete– no se posaba en la mesa de los pobres. Pero esos que se preguntaban por qué los pobres seguían siendo 28 por ciento en la costa y 63 por ciento en la sierra no podían formular la pregunta en voz demasiado alta porque, casi de inmediato, eran censurados por el rey Alan II, el hijo de sí mismo, quien los llamaba “perros”, a secas, cuando se oponían a Favre, o “perros del hortelano”, cuando se atrevían a disgustarlo con sus intervenciones.–El modelo necesita tiempo –decía Alan II– para posarse en la mesa de los pobres. No es que hayamos aplicado demasiado el modelo: es que no lo hemos aplicado bastante todavía.Esto aterrorizaba a ciertas comarcas, que el rey había prometido subastar para que los madereros sembraran caoba de exportación, para que los petroleros vomitaran negro, para que, en suma, de preferencia la forastería con chequera en mano hiciera lo que conviniese a sus intereses, los mismos que, según Alan II, el hijo de sí mismo, eran exactamente los de este país que no paraba de crecer.–Pesimistas, aguachentos, derrotistas –decía el rey en las fiestas oratorias que, todos los años, organizaba la Fundación Chlimper, una institución sin fines de lucro encargada de monitorear la destrucción del Estado –promesa que Alan II le había hecho a los empresarios, promesa, por tanto, que sí tenía que cumplir–.Y añadía, mayestático: “El Perú, de seguir creciendo, será un líder continental”.Los miembros de la Fundación Chlimper aplaudían hasta amoratarse las manos.Y aplaudían más cuando el rey volvía a hablar pésimo del Estado, denunciando su exceso de burócratas, su organizada desidia, sus tumores controlistas.–¡Bravo! –gritaba el presidente de la Fundación Chlimper, el doctor José Chlimper, un académico de gran solvencia especialista en técnicas portuarias y cuyo hobby, reconocido con varias medallas, era el tiro olímpico.Bueno, la verdad es que tanto Chlimper como los miembros de su fundación tenían que callarse respecto de una pequeña contradicción, visible a todos los ojos excepto a los ojos de Alan II, el hijo de sí mismo: el Estado que él maltrataba era él mismo, constitucionalmente él mismo, de fondo y forma él, irremediablemente el propio rey, según la ley de leyes y la doctrina de los luises.¿Y no era Alan II una gloriosa reincidencia de Luis XIV, el Rey Sol, el vicediós en palabras del obispo Godeau? Quizás por eso había que callar. Por eso y porque el Perú no paraba de crecer.Alan II, el hijo de sí mismo, tal como sería reconocido por la historia, había llegado turbulentamente al trono aquella segunda vez.Como personaje shakespereano que era, había tenido que matar y traicionar, sufrir y ser traicionado, ver el fantasma de su padre –Víctor Raúl, también asesinado– en cada sombra y fingir locura para eludir a la conciencia. Pero la muerte que más le había costado ocasionar era, sin duda, la de él mismo. Alan II era el producto de un costoso holocausto personal. Y ese crimen, sugerido como una eutanasia imprescindible por la Fundación Chlimper, lo había librado, por fin, de incomodidades como el remordimiento y de debilidades como la pena por la promesa rota y la palabra deshonrada.Ya nada podía atormentar a Alan II. Ahora su alma pertenecía a Chlimper y a Ivcher, sus amigos eran los que siempre envidió (sanamente), y sus enemigos eran, bah, los que habían creído en el otro Alan, el que yacía en una tira cómica con un puñal en la espalda y para siempre.

Alan II en la Cade

El Perú no paraba de crecer. Le crecían las reservas internacionales, le crecía el Bruto Interno (el producto), crecían sus exportaciones, crecían distintos superávits y hasta el nuevo sol remedaba a la vieja libra guanera y salitrera y no paraba de crecer.Y lo que no crecía, en el peor de los casos se mantenía. Tal, por ejemplo, la cifra de los pobres: 28 por ciento en la costa, 63 por ciento en la sierra.Claro que algunos se preguntaban por qué el crecimiento de setenta meses consecutivos –casi setenta meses siete– no se posaba en la mesa de los pobres. Pero esos que se preguntaban por qué los pobres seguían siendo 28 por ciento en la costa y 63 por ciento en la sierra no podían formular la pregunta en voz demasiado alta porque, casi de inmediato, eran censurados por el rey Alan II, el hijo de sí mismo, quien los llamaba “perros”, a secas, cuando se oponían a Favre, o “perros del hortelano”, cuando se atrevían a disgustarlo con sus intervenciones.–El modelo necesita tiempo –decía Alan II– para posarse en la mesa de los pobres. No es que hayamos aplicado demasiado el modelo: es que no lo hemos aplicado bastante todavía.Esto aterrorizaba a ciertas comarcas, que el rey había prometido subastar para que los madereros sembraran caoba de exportación, para que los petroleros vomitaran negro, para que, en suma, de preferencia la forastería con chequera en mano hiciera lo que conviniese a sus intereses, los mismos que, según Alan II, el hijo de sí mismo, eran exactamente los de este país que no paraba de crecer.–Pesimistas, aguachentos, derrotistas –decía el rey en las fiestas oratorias que, todos los años, organizaba la Fundación Chlimper, una institución sin fines de lucro encargada de monitorear la destrucción del Estado –promesa que Alan II le había hecho a los empresarios, promesa, por tanto, que sí tenía que cumplir–.Y añadía, mayestático: “El Perú, de seguir creciendo, será un líder continental”.Los miembros de la Fundación Chlimper aplaudían hasta amoratarse las manos.Y aplaudían más cuando el rey volvía a hablar pésimo del Estado, denunciando su exceso de burócratas, su organizada desidia, sus tumores controlistas.–¡Bravo! –gritaba el presidente de la Fundación Chlimper, el doctor José Chlimper, un académico de gran solvencia especialista en técnicas portuarias y cuyo hobby, reconocido con varias medallas, era el tiro olímpico.Bueno, la verdad es que tanto Chlimper como los miembros de su fundación tenían que callarse respecto de una pequeña contradicción, visible a todos los ojos excepto a los ojos de Alan II, el hijo de sí mismo: el Estado que él maltrataba era él mismo, constitucionalmente él mismo, de fondo y forma él, irremediablemente el propio rey, según la ley de leyes y la doctrina de los luises.¿Y no era Alan II una gloriosa reincidencia de Luis XIV, el Rey Sol, el vicediós en palabras del obispo Godeau? Quizás por eso había que callar. Por eso y porque el Perú no paraba de crecer.Alan II, el hijo de sí mismo, tal como sería reconocido por la historia, había llegado turbulentamente al trono aquella segunda vez.Como personaje shakespereano que era, había tenido que matar y traicionar, sufrir y ser traicionado, ver el fantasma de su padre –Víctor Raúl, también asesinado– en cada sombra y fingir locura para eludir a la conciencia. Pero la muerte que más le había costado ocasionar era, sin duda, la de él mismo. Alan II era el producto de un costoso holocausto personal. Y ese crimen, sugerido como una eutanasia imprescindible por la Fundación Chlimper, lo había librado, por fin, de incomodidades como el remordimiento y de debilidades como la pena por la promesa rota y la palabra deshonrada.Ya nada podía atormentar a Alan II. Ahora su alma pertenecía a Chlimper y a Ivcher, sus amigos eran los que siempre envidió (sanamente), y sus enemigos eran, bah, los que habían creído en el otro Alan, el que yacía en una tira cómica con un puñal en la espalda y para siempre.

MÁS QUE UN DILEMA, EL TRILEMA DE LA GLOBALIZACIÓN

Mientras que los defensores de la globalización convencional proclaman sus beneficios, tanto económicos como políticos, en América Latina se suman los conflictos con la democracia y la autonomía nacional que genera la apertura al comercio y las finanzas mundiales. Adentrarse en la globalización exige renuncias, y aunque poco se hable de ellas, entre las más dolorosas están el debilitamiento del Estado y la democracia.Una observación atenta permite encontrar varios ejemplos: en Perú, la promoción de la producción nacional se encoge bajo el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, la política agropecuaria brasileña sigue volcada a las agroindustrias exportadoras antes que a erradicar efectivamente el hambre, mientras que un tribunal internacional de arbitraje le notifica a Argentina que deberá pagar una indemnización al consorcio francés Vivendi, que operaba como proveedor de agua potable.Las bases conceptuales de estas tensiones entre las metas globales y las renuncias nacionales acaban de ser recordadas por Dany Rodrik, un destacado economista de la Universidad de Harvard. Cuando se apunta a tres objetivos: la globalización comercial, mantener la soberanía nacional y la democracia, se desemboca en contradicciones inevitables, ya que los avances hacia una de esas metas, exige renuncias en las otras. Rodrik presenta ese problema como mucho más que un dilema: es un “trilema” sujeto a una imposibilidad práctica ya que no se pueden alcanzar las tres metas a la vez.Casi todos los gobiernos de América Latina, con diferente énfasis, insisten en insertarse en la economía global, lo cual inevitablemente exige que se eliminen las regulaciones, trabas y costos en el comercio de bienes y el flujo de capitales. Marchar por ese sendero desemboca en redefinir el papel del Estado nación, aplicando medidas para atraer inversores y promover exportaciones. Pero esas acciones tienen consecuencias, y una de las más evidentes ha sido una reducción del Estado en varios temas, como desproteger sectores productivos nacionales. Pero el proceso es un poco más complejo ya que, simultáneamente, los gobiernos se fortalecen en otros aspectos para asegurar ese flujo de mercancías y capitales. Por ejemplo, se abandona el apoyo a la producción agropecuaria, pero se protegen las inversiones, incluso militarmente, de empresas mineras o petroleras.Este nuevo entramado global se basa en reglas y convenios que van mucho más allá del comercio convencional de mercancías, alcanzando temas tan dispares como los servicios o el flujo de capitales. Además, el Estado nación subscribe o acepta compromisos internacionales bajo los cuales cede parte de sus facultades de regulación y ata sus funciones a la economía global. En constante competencia frente a otros países por atraer a los inversores, se aligeran las exigencias ambientales, se reducen los estándares laborales y se desentiende del ordenamiento territorial. Mas tarde o más temprano, los agentes globales se apropian de una proporción mayor de beneficios mientras que las comunidades locales deben lidiar con los efectos sociales y ambientales negativos. Las reacciones ciudadanas son ignoradas, y en algunos casos combatidas debido a que entorpecen ese flujo de capitales, y por lo tanto la democracia se deteriora.Además, la globalización está generando su propia institucionalidad. El CIADI (Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones) es un excelente ejemplo. Muchas naciones han firmado compromisos que transfieren a ese centro, dependiente del Banco Mundial, las potestades para las resolver controversias que tuvieran lugar dentro de su territorio. Este centro es el que acaba de resolver que Argentina deberá pagar una indemnización a la corporación francesa Vivendi. Pocos días atrás, ese mismo organismo rechazó un recurso de medidas cautelares presentado contra Ecuador por la petrolera Occidental (Oxy). Semanas antes, el CIADI también rechazó otra acción contra Ecuador, en este caso elevada por el MCI Power Group de Estados Unidos. La cuestión clave no reside en el éxito o el fracaso de cada una de esas resoluciones, sino en comprender que la continuada operación de un mecanismo de este tipo siempre es una renuncia. Se ha renunciado a resolver con eficiencia y justicia las disputas comerciales, y para cumplir con las exigencias de los agentes económicos globales se depende de un mecanismo que flota en el espacio internacional, basado en prácticas empresariales, y donde las decisiones las toman árbitros internacionales.El “trilema” de Rodrik advierte sobre esta problemática. Si se profundiza la integración comercial global, no se podrán atender las exigencias ciudadanas nacionales para revertir sus consecuencias negativas y por lo tanto la democracia queda recortada. A pesar de esto, regímenes políticos tan diferentes, como Alan García en Perú, o Tabaré Vázquez en Uruguay, apuestan a la llegada de los inversores, y ejemplifican a un Estado nación que no se enfrenta a la globalización, sino que facilita y alienta su inserción global. Son gobiernos absortos en asegurar un mercado abierto, que sea “amistoso”, “confiable” y “seguro” para el capital internacional. Las políticas públicas se encogen a medidas mercantiles, y su especificidad nacional se desvanece en hacerlas compatibles con las necesidades de los mercados globales. Las decisiones políticas se reducen a costa de fortalecer la interconexión económica; la prosecución activa del desarrollo se desvanece ya que se lo espera como consecuencia mecánica del crecimiento económico. Esta reducción de la política obliga a aislar las instituciones y mecanismos de decisión política, y limitar la participación ciudadana.Las estrechas vinculaciones de estas tensiones con el sueño globalizador no reciben la atención que merecen, y en muchos casos el “trilema” de Rodrik es ignorado. Es así que las propuestas económicas gubernamentales no discuten las implicancias negativas de la globalización, aunque se sufren sus consecuencias. Los procesos de integración regional dentro de América del Sur olvidan su potencial para permitir otra forma de inserción internacional, recuperando la autonomía frente a la globalización. Por el contrario, insisten en permanecer como acuerdos intergubernamentales basados en el protagonismo presidencial. Terminan siendo plataformas para zambullirse todavía más dentro de la globalización, cuando en realidad podrían ser los marcos para fortalecer al Estado y la democracia en la búsqueda de un desarrollo comprometido con las necesidades nacionales y regionales

XIII CONGRESO NACIONAL ORDINARIO DEL SUTEP

Bajo la denominación de: “UNIDAD Y COMPROMISO PARA EL CAMBIO, CON PROYECTO EDUCATIVO NACIONAL Y EDUCACION PUBLICA GRATUITA, UNIVERSAL Y DE CALIDAD”, los delegados elegidos como plenos y observadores de todas las provincias y regiones del país, se avocaron al debate en comisiones y luego a emitir resoluciones en torno a los siguientes temas:

1. Informe balance de la gestión 2005-2007
2. Proyecto Educativo Nacional. Compromiso del magisterio para la concreción inmediata del PEN del Consejo Nacional de Educación.
3. El rol de los municipios en el marco de la descentralización educativa.
4. Recuperación de la Jornada escolar completa y defensa de la Educación Pública Universal, gratuita y de calidad.
5. Reforma Curricular y modelo pedagógico peruano.
6. Propuesta del SUTEP sobre la Reforma de la Ley del Profesorado para una Carrera Pública Magisterial Renovada.
7. Defensa del fuero sindical y profundización de la democracia. Convocatoria al Congreso estatutario y reforma de Estatutos.
8. Perfil y Código de ética del maestro sindicalista.
9. Defensa de la Derrama Magisterial, como única empresa previsional exitosa del magisterio y del derecho a la participación fiscalizadora del magisterio, en el CAFAE y Comisiones.
10. Mociones de orden diversas, como:
a) Rechazo a la política antisindical y mediática del Gobierno, como la ley antihuelgas para el sector educación y respaldo a las demandas ante los Tribunales Internacionales y nacionales.
b) Defensa del triunfo gremial ante el Colegio de Profesores y reconocimiento como decana a la Prof. Soledad Lozano.
c) Inicio del reempadronamiento para la afiliación al SUTEP y el aporte económico de cada afiliado a su sindicato. Apoyo al empadronamiento para Derrama Magisterial.
d) Diversas mociones de solidaridad, defensa de la vida y del medio ambiente, como la de incorporar al magisterio agremiado a la campaña pro “Macchu Picchu”, entre otras tantas.